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No todo el mundo lo sabe. Y no todo el mundo tiene que saberlo.

Uno de los errores más comunes que cometemos es asumir que lo que nosotros sabemos o hacemos, todo el mundo debería saberlo o hacerlo también. Pero la realidad es mucho más amplia y diversa que nuestras propias referencias.

Las personas tienen intereses distintos, prioridades distintas y recorridos distintos.Lo que es evidente para ti puede ser completamente nuevo para otro. Y eso no significa que uno esté por encima del otro. Solo significa que vivimos realidades distintas.

La verdadera inteligencia no está en acumular información, sino en saber cómo nos relacionamos con los demás desde ese conocimiento.¿Lo usamos para apoyar, compartir y sumar? ¿O lo usamos para señalar, corregir o ridiculizar?

Saber mucho no tiene valor si no viene acompañado de respeto, empatía y humildad.Porque al final, lo que deja huella no es cuánto sabes, sino cómo haces sentir a los demás con lo que sabes.

Además, es importante dejar atrás expresiones como “todo el mundo lo sabe” o “todo el mundo lo hace”. Generalizar de esa forma invisibiliza la diversidad de pensamientos, experiencias y elecciones. No estamos aquí para encajar en un molde colectivo, sino para ser auténticos desde lo que realmente nos interesa y mueve.

Y eso incluye el derecho a no saber ciertas cosas.A no estar al día con lo que no nos atrae.A aprender a nuestro ritmo y desde nuestra curiosidad.

Usar una posición de conocimiento para minimizar a otros no te eleva.La verdadera autoridad se demuestra cuando sabes algo y eliges compartirlo con generosidad, no con superioridad.

Recordemos esto: lo que realmente habla de nosotros no es lo que decimos que sabemos, sino la manera en la que tratamos a los demás en el proceso.



 
 
 

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